Читать онлайн «El Orden Y El Caos»

Автор Луиза Купер

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

EPILOGO

EL SEÑOR DEL TIEMPO LlBRO 3

EL CAOS

LOUISE COOPER

El orden y el Caos

El Señor del Tiempo LIBRO 3

CAPÍTULO 1

En esa época del año, los espesos bosques que cubrían la mayor parte de la mitad occidental de la provincia de Chaun ofrecían escasa protección a los viajeros. En algunos lugares, los retoños primaverales habían brotado en aisladas explosiones de verde, y en el suelo del bosque los heléchos y las zarzas mostraban tímidamente nuevos brotes; pero, aparte de la resplandeciente copa de algún pino gigante ocasional, la mayoría de los árboles todavía no tenían hojas.

En un claro no lejos del borde norte del bosque, un gran caballo gris pastaba desconsolado en el monte bajo, arrastrando las riendas que se enganchaban en los brezos. La silla había resbalado un trecho sobre la cincha y un estribo suelto golpeaba ocasionalmente una de las patas de atrás, haciendo que el animal aplanase las orejas e intentara morder el irritante e invisible objeto, mientras el sudor brotaba de su cruz. Aunque por lo demás parecía bastante tranquilo, había delatoras manchas de espuma alrededor de su boca y en torno a la silla, y de vez en cuando el caballo interrumpía su ramoneo sin ningún motivo aparente y levantaba recelosamente la cabeza, alerta contra alguna amenaza imaginada.

En las tres horas que habían transcurrido desde su extraordinaria y aterrorizada llegada al claro, el caballo había hecho caso omiso de la delicada e inmóvil figura que yacía entre las raíces salientes de un roble gigantesco. Una doma severa lo condicionó a no abandonar a la persona que lo montaba, fuese quien fuere, y buscar la libertad; pero como la amazona no daba señales de recobrar el conocimiento, el animal había perdido su interés en ella. Recordando todavía los terrores de las últimas horas, se contentaba con permanecer en la relativa seguridad del bosque y seguir pastando hasta que le ordenasen que se moviese.

La muchacha, que se agarraba frenéticamente a la silla de su montura cuando salieron disparados del torbellino que les había agarrado y traído hasta aquel lugar, fue arrojada del lomo del animal al

caer éste, relinchando, entre los matorrales.

Chocó contra el tronco gigante del roble y cayó como un pájaro herido, para yacer inmóvil entre las raíces.

Su cara, medio oculta bajo una maraña de cabellos casi blancos y la capucha hecha jirones de una capa, estaba pálida y macilenta, sus labios, exangües, y una viva mancha escarlata se había extendido desde el cráneo hasta la frente, mezclándose con otras y más antiguas manchas de sangre que no era suya. Pero respiraba... y al fin, poco a poco, empezó a moverse.

Al recobrar el conocimiento, Cyllan no recordó inmediatamente los sucesos que la habían traído al bosque. Al principio, dándose vagamente cuenta de que yacía sobre un suelo duro, frío y húmedo, pensó que estaba durmiendo en la tienda de cuero que había llamado su hogar durante sus cuatro años de aprendizaje como conductora de ganado. Pero aquí no sentía la impresión claustrofóbica de estar encerrada, ni percibía el mal olor y los mugidos de las reses, ni los iracundos gritos de su tío, Kand Brialen.